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Secretos de Pareja

Hay un mito sobre relaciones que invita a contar todo al compañero. ¿Hasta qué punto es sano y conveniente?

por Isabel Serrano-Rosa (c)

Las parejas que funcionan tienen su propio lenguaje secreto hecho de palabras cómplices, gestos exclusivos, guiños en la distancia, escuchas en silencio, rituales de afecto y juegos sexuales que el tiempo y la intimidad han construido. Un idioma que les une porque solo ellos conocen. Tienen, también, su propio código para resolver conflictos, afrontar lo que tiene solución, callar lo que no hace falta contar y perdonar lo que no tiene arreglo.

Guardan, a su vez, su jardín secreto y privado con los propios sueños e historia. No sirve para engañar sino para dar aire a la relación, no volverse obvio para el otro, mantener esa pizca de misterio y sorpresa que siempre atrae y proteger el espacio individual como exclusivo. Hay un mito de pareja que dice que al compañero hay que contarle todo. ¿Todo, todo? La conclusión de los psicólogos sociales es que a un amigo le puedes contar de la A a la Z, pero a una pareja como mucho hasta la W, para no morir de «sincericidio» (sobredosis de sinceridad) y dar cabida a la confianza mutua.

Las parejas simbióticas «somos uno» tienen fecha de caducidad por ser excesivamente explícitas. Lo que suele ocurrir es que:

  • Se rompan sepultadas por el aburrimiento o abrasadas por la aparición de una nueva llama.
  • Se conviertan en buenos amigos sin un ápice de chispa.
  • Se transformen en parejas «ni contigo ni sin ti», donde cada uno alberga un contradictorio deseo: que el compañero supla todas sus necesidades y le comprenda sin que ello implique hacer lo mismo con él.

GUARDAR UN SECRETO

Las parejas que no funcionan también tienen ese lenguaje sutil y secreto que les une ¡y mucho! pero en el dolor y el daño mutuo construido de crítica, desprecio, desapego y susceptibilidad, las conductas más dañinas que John M. Gottman, reconocido psicólogo estudioso de las relaciones llama «Los Cuatro Jinetes de la Apocalipsis».

En el atardecer del día de San Valentín, viendo al «escuadrón floreal» que deambulaba por las calles de la ciudad, por deformación profesional, me preguntaba cuántos misterios escondían aquellos ramos. Los secretos, es decir, la información que decidimos guardar, no son ni buenos ni malos, son una estrategia de afrontamiento de la realidad, una forma de manejar los hechos, de decidir qué se cuenta y no se cuenta. Pueden tener consecuencias positivas o negativas, con valores éticos o sin ellos, a conciencia o por despiste, pero requieren de un buen autocontrol e inteligencia emocional porque siempre afectan.

No hay muchos estudios sobre ellos, el más conocido investigador es Michael Slepian de la Universidad de Columbia que junto con Alex Koch de la Universidad de Chicago (2021) estimaron que el 97% de la población guardaba sus «cosillas» con un promedio de 13 secretos ¡al mismo tiempo! Dividieron los secretos en tres tipos:

  1. Los que tienen que ven con los valores (inmoralidad) como dar a conocer o encubrir actos ilegales, conductas que afectan a la vida de otras personas, secretos financieros como fraudes fiscales o estafas.
  2. Los que tienen que ver con las relaciones con los demás (conectividad), como infidelidad, fantasías sexuales, trapos sucios de familia, haber perdido la confianza y no contarlo, etc.
  3. Los que tienen que ver con nuestra vida personal/profesional (confidencialidad) como ambiciones profesionales, mentiras del CV, problemas de salud, descontento grupal, etc.

LA RUMIACIÓN

Por muy convenientes que los veamos a veces, los secretos nos desvían de la tendencia natural a comunicar, obligan a ser menos espontáneos, por no hablar de la atención y energía que requiere que no se nos «escapen» en el peor momento o las mentiras que pueden conllevar. El problema es que hay que convivir con ellos y con las emociones que suscitan. Por ejemplo, ante una infidelidad surge la vergüenza, porque afecta a la identidad («soy un infiel»). La culpa, cuando cuestionas lo que haces («engaño a mi pareja») y el miedo por las consecuencias de esta conducta.

Según un estudio, el 25% de los españoles reconoció que si sus secretos fueran revelados cambiarían completamente sus vidas. Sin embargo, no es tanto el contenido del secreto lo que afecta, sino las vueltas que le damos en nuestra cabeza, es decir, la rumiación sobre el tema, que agota, gasta energía y puede convertirse en una verdadera obsesión. ¿Quién no lo ha vivido alguna vez, ya sea porque guardas tu secreto o porque alguien te confiesa el suyo? Recuerdo un episodio que me sucedió hace años. Un paciente llegó a mi consulta, confesó que le habían diagnosticado SIDA, pero que no tenía intención de contárselo a sus parejas, condenándolos a un posible contagio. Nunca más le volví a ver, sus datos eran falsos. Descargó el peso de su secreto y se fue. Todavía hoy me crea una gran inquietud, estuve rumiando durante años si podía haber hecho algo más. Ese es el riesgo de los que tenemos la confidencialidad de la información como código deontológico (aunque también tiene sus límites).

La carga del secreto hace que se perciba la vida más complicada y las tareas cotidianas más agotadoras. Además, se cometen más errores de percepción, la distancia entre dos puntos parece más alejada y se multiplica la sensación del esfuerzo que en realidad requiere una tarea, como demostraron en 2017, el Dr. Slepian, James N. Kirby de la Universidad de Queensland y Elise K. Kalokerinos, de la Universidad de Newcastle, en un estudio con mil participantes que acumulaban 6.000 secretos.

Hay un aspecto evolutivo en el secreto: puede ser el horno en el que se cuecen algunos cambios que la persona desea. Existe un conocido modelo terapéutico elaborado por James Prochaska y Carlo Diclemente para la intervención en adicciones compuesto de varias etapas que es posible ver en muchos procesos de cambio. Estas son:

  • Precontemplación: algo me pasa, pero no sé qué es.
  • Contemplación: tomo conciencia, pero no quiero compartirlo.
  • Preparación: se plantea el cambio.
  • Acción: conductas activas encaminadas al cambio.
  • Mantenimiento: se va creando el hábito en la vida cotidiana.
  • Recaídas: tropiezos del cambio que pueden hacernos más fuertes o débiles.

El secreto se suele «colar» en todas las etapas del cambio, pero especialmente en las tres primeras. Recuerdo a Mila que se sentía muy desdichada (precontemplación), descubrió que era la relación de pareja su fuente de tristeza (contemplación), comenzó a plantearse la idea de la separación sin tener fuerzas para ejecutarla (preparación). Dejó la terapia, no quería compartir su secreto con nadie más. Se dedicó a la dolce vita un tiempo, a hacer como si fuera feliz, pero la verdad tiende a salir a la conciencia por más que intentes hundirla, como una pelota hinchable en el agua vuelve a la superficie con más ímpetu todavía.

Ahora se ha puesto en acción (con sus correspondientes recaídas). Cuando se produce una revelación, en el fondo es una petición de ayuda, de espacio para compartir con seguridad y desde ahí impulsarse al cambio. Quizás este sea el momento de despedirse como en las bodas con la manida frase: «si alguien tiene algo que decir, que hable ahora o calle para siempre». Y se atenga a las consecuencias, cabría añadir.

CÓMO GUARDAR UN SECRETO

Los secretos también encubren y tienen mucho poder (piensa en la delincuencia que se esconde con sus lenguajes secretos estilo Cosa Nostra). Según Michael Slepian y Alex Koch los secretos que producen más daño son los que aíslan y avergüenzan, para manejarlos propusieron a un grupo de personas cambiar sus creencias en torno a ellos:

  1. Para los secretos de carácter moral: «No hay nada malo en tener este secreto».
  2. Para los relacionales: «Este secreto protege a alguien que conozco».
  3. Para los de confidencialidad: «Entiendo la importancia de este secreto».

Observaron que, de esta manera, se producía menos rumiación sobre su secreto. Sin embargo, si lo que escondes te pesa en exceso, quizás lo mejor sea revelarlo en el momento adecuado y a una persona de total confianza.

(c) ISABEL SERRANO ROSA* es psicóloga y directora de enpositivosi.com

Artículo publicado por Isabel Serrano Rosa en el suplemento Zen del diario El Mundo el 1 de marzo de 2023

https://www.elmundo.es/vida-sana/mente/2023/03/01/63fdedecfdddff4a268b45bb.html

Saber utilizar los silencios

Silencio para salvar o dinamitar la pareja

A veces, las palabras pueden ser ruido para no decir nada. El silencio siempre habla. Incluso, el vital sonido de la respiración enmudece unos instantes cuando algo importante pasa. Es capaz de acallar multitudes con un minuto de silencio que es respeto para las almas. «Ha pasado un ángel», se dice cuando, al improviso, todos callan.

 Artículo de Isabel Serrano-Rosa (c)

También, puede ser un demonio si la respuesta que anhelas falta o cuando el poder se expresa con golpes sin palabras. «No hay mayor desprecio que no hacer aprecio», es el refranero el que habla. El silencio es el rey en el tablero de ajedrez de las palabras: actúa poco, pero en el momento apropiado si lo mueves, ganas. Sin embargo, nuestra cultura prefiere a la reina: la diversión tiene que ser ruidosa, frenética, locuaz, animada.

SILENCIO EXTERIOR

Algunas investigaciones apuntan a que los japoneses son capaces de estar más de ocho minutos reunidos sin mediar palabra; a nosotros más de cuatro se nos atragantan. Sabia decisión nipona porque, fuera las ciudades, braman, como nuestras reuniones patrias.

Robert, un sosegado extranjero afincado en España, describe con guasa su último evento de empresa. Hace con las manos el gesto de un volcán en erupción y dice: «Todos hablan a gritos y, a la vez, yo me como un canapé, bebo agua y me lanzo a la lava».

Una investigación llevada a cabo en el Research Center for Regenerative Therapies Dresden (Alemania) observó que el completo silencio de dos horas en los ratones ayudaba a las neuronas a regenerarse; también aumentaban el número de células del hipocampo, zona que regula la memoria, el aprendizaje y las emociones. Estas células se integraban posteriormente en el sistema nervioso modificando la estructura cerebro.

Además, según el artículo «El silencio afecta a la vida», de la psicóloga Lecina Fernández, un ambiente silencioso aporta paz, tranquilidad, calma, concentración, atención, escucha del mundo interior y desconexión del exterior, entre otros beneficios. Funciona como en las ciudades donde los servicios de basuras se llevan lo que no sirve cuando todo está en pausa. Con el cerebro «limpio» podemos encontrarnos con la grata sorpresa de una solución inesperada, una buena idea o simplemente con la calma.

En contrapartida, el ruido produce nerviosismo, irritabilidad, cansancio, insomnio, sube la tensión y aumenta el cortisol (hormona del estrés). De hecho, el llamado maltrato ambiental consiste en generar ruido moviendo objetos rudamente, golpeando puertas, rompiendo cosas, pues este estruendo activa un miedo ancestral que sobresalta y debilita. Además, conlleva la amenaza velada de que «hoy hago a la puerta lo que mañana te puedo hacer a ti».

SILENCIO INTERIOR

Esto, más o menos todo lo sabemos, no es una novedad, entonces ¿por qué mi vecina no deja de hablarle a su bebé que llora desconsolado? ¿Por qué no usa el silencio (y el contacto) como estrategia anti-llanto? Es cierto que la palabra es un puente hacia el otro, pero el silencio con afecto significa seguridad y descanso. Quizás tiene miedo al silencio, una especie de ‘horror vacuis’, que produce el parar y poder escuchar lo que nos pasa por dentro.

Al igual que el silencio exterior, buscar momentos de pausa para conectar con el propio mundo interno es una medicina para el cuerpo y el alma. Ayuda a reencontrarse con la reflexión, la creatividad y la intuición. Al volver a la realidad exterior podemos contemplar mejor la belleza que nos rodea y los aspectos más positivos de la vida. Es una forma de auto afecto que, paradójicamente, previene y amortigua el sentimiento de soledad.

Es cierto que nuestro interior también es un lugar lleno de ruido. Entre sesenta y ochenta mil pensamientos al día es un tráfico difícil de regular: confusión, obsesión, fantasías, expectativas, emociones, etc. salen a la luz cuando callamos, es como meter agua limpia en una tubería obstruida y arrastrar la suciedad. Es inquietante, pero vale la pena porque el diálogo con uno mismo activa las redes neuronales que definen la identidad.

SILENCIO COMO RESPUESTA

El silencio puede ser el mejor de los aliados en una relación. Con él podemos respirar y dejar respirar al otro o asfixiarle hasta la muerte. Goethe decía que hablar es una necesidad y escuchar, un arte. Saber utilizar los silencios (como los enfados), parafraseando a Aristóteles en su ‘Ética a Nicómaco’, «con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto», eso, ciertamente, es una obra maestra.

El silencio «bueno» sirve para desintoxicarse, coger perspectiva, aliviar la tensión y reducir el cansancio que muchas veces las relaciones producen, incluso las mejores, porque influyen, contagian y despistan. Las neuronas espejo, que recogen los sentimientos de los demás, están a menudo hiperactivas.

Su complementario, el silencio cómplice, surge estando juntos compartiendo un momento, callando para no herir o respetar las diferencias. Requiere el silencio paciente de la escucha, que otorga ese momento de atención al otro, que en mi profesión sabemos tan terapéutico. Todo esto supone afianzar el autorrespeto para poner límites y fortalecer el autocontrol para no desbordarse. El premio, una buena relación, la serenidad y… bajar la tensión arterial.

SILENCIO QUE HACE DAÑO

Nunca como ahora llegan a la consulta personas pidiendo explicaciones sobre la «callada por respuesta de otro». No es tarea fácil porque proyectamos en la pantalla en blanco de su mutismo nuestras propias angustias y temores: ¿me ataca? ¿me abandona? ¿me rechaza? ¿me extraña? ¿le importo? ¿qué piensa? ¿miente? ¿qué oculta?

Es facilísimo caer en el autoengaño y narrar la realidad según nuestro modo y miedo. El cerebro tiene una zona llamada giro cingulado que es un gran simulador virtual de relaciones, que ayuda a prever a los demás como una forma de supervivencia. Pero, supone, al menos, ser un poco empático (algo bastante difícil cuando el otro se muestra completamente reservado).

El silencio verdaderamente dañino produce vacío y dolor. Como el momento callado de las parejas juntas, pero separadas por un móvil a muchos kilómetros de distancia. Es estar mirando el Whatsapp para ver si llega la respuesta esperada: «en línea y no contesta ¿a qué está esperando?». El silencio se llena de fantasías, de obsesión, una forma eficaz de hacerse daño.

Finalmente, está el silencio como forma de poder, de ejercer control sobre los demás. Es la estrategia agresivo-pasiva de dañar por no decir. Un ataque que no da la cara. Con las redes esto es aún más fácil: ghosting, benching, gaslighting y más gerundios anglosajones, ideados para el castigo y el rechazo indirectos o evitarse las molestias.

A veces, hay silencios a medias, muy manipuladores:

  1. Los del «quizás» para moverse en la ambigüedad y dejarnos en espera.
  2. El mentiroso, donde si no dices nada no mientes.
  3. La ocultación, hacer entender una cosa, aunque la intención sea otra.
  4. El tramposo, que juega con las medias verdades y te vuelve loco.
  5. El del secreto, donde no puedes contar lo que sabes y condena a la incomunicación.

G. Tordjman, en 1988, ya consideró una de las necesidades emocionales de las relaciones especialmente de pareja es «recibir señales claras de reconocimiento del otro, sean estas positivas o negativas. La mayor agresividad es la indiferencia, tanto para el individuo como para la pareja. Es preferible un conflicto abierto a la indiferencia porque esto implica, aunque sea de forma negativa el reconocimiento del otro».

Por eso, aprendamos del silencio «bueno» que conecta y evitemos el «malo» que ataca. Para ello, lo mejor son las técnicas del tres: 3 minutos al día de meditación con la atención orientada hacia el interior; 3+3 minutos de escucha para cada miembro de una pareja sin interrupción una vez a la semana; 3 días al máximo para dar señales de vida ante una discusión, acercarse hasta 3 veces al que se oculta y si no hay respuesta es el momento de coger distancia.

«Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto». (Pablo Neruda).

La única solución para combatir la técnica del hielo, el más dañino de todos los silencios. 

El más dañino de todos los silencios es el de la técnica del hielo, que está orientada al castigo psicológico y a la manipulación extremaLa estrategia es hacer como si no hubiera pasado nada o la zanjar con un «me callo porque vamos a acabar mal» aunque la actitud es hostil por la frialdad y el distanciamiento. Es violencia encubierta con la intención de hacerte sentir culpable. Si te acercas, te ignora, no responde a las llamadas, no quiere tu opinión; solo pone pegas. En definitiva, es un «dramaholic» que actúa como si hubieras cometido una ofensa mucho mayor.

  • Solo hay un tipo de solución: la retirada de comunicación completa, el silencio total, el llamado contacto cero, mientras dura el ataque del hielo, para que no funcione. Esta técnica está pensada para ayudar a las víctimas a salir de situaciones de violencia, maltrato o sumisión, donde prima el dominio de uno sobre otro. No dar información a estos perfiles minimiza el riesgo y además, da alguna posibilidad de control de la situación

(c) Isabel Serrano-Rosa

Artículo publicado por Isabel Serrano Rosa en el suplemento Zen del diario El Mundo el 14 de febrero de 2023

https://www.elmundo.es/vida-sana/mente/2023/02/14/63e5e9c321efa0f7488b4571.html

¿Qué caracteriza una relación sana de pareja?

 

Nada produce más emociones positivas y sentido del bienestar que las relaciones humanas satisfactorias, de la misma forma que los conflictos en el ámbito de las relaciones producen un enorme sufrimiento.

Isabel Serrano Rosa, directora de enpositivoSI, nos dice que hablar de pareja hoy es remitirse a momentos de cambio y transformación.  Más allá de que la elección de la pareja tenga un fuerte componente inconsciente, tenemos que saber que llegará el momento en el que la pareja nos va a decepcionar y nosotros a ella. La pasión con el tiempo disminuye y el equilibrio del amor sólido conlleva grandes dosis de perdón y agradecimiento. Una relación sana evoluciona con el paso del tiempo. Según los psicólogos Bader y Pearson, esta evolución se desarrolla en estas cuatro etapas:

  1. Etapa  de Fusión la fase del “somos uno:  basada en la pasión, aunque como nos dice Isabel Serrano, la evolución sana de la relación será con el paso del tiempo convertirnos de nuevo en dos. Es inevitable, pero cuando la pareja no acepta esta evolución se produce un momento de crisis.
  2.  Etapa de Diferenciación: Momento en el que la relación que se basa en la intimidad. Se necesitan espacios propios sin el otro miembro, nuestra pareja ya ha podido diferenciarse e incluso decepcionarnos. Hay parejas a las que les cuesta evolucionar, viven las diferencias como traiciones o faltas de respeto. En este momento es fundamental valorar y mostrar interés por lo que el otro hace.
  3. Etapa Práctica: Esta fase está basada en el compromiso. Las parejas buscan soluciones en lugar de rumiar los problemas. Cómo nos recomienda Isabel, si hay problemas, háblalos con tu pareja mejor que con terceros. Con los amigos uno se desahoga, pero no se resuelven los problemas.
  4. Etapa de Acercamiento:  Se integran los tres ingredientes del triángulo del amor que son Intimidad+Pasión+Compromiso. Se amplía la idea de relación, hay más cosas que se pueden hacer en pareja y se buscan nuevas experiencias que se ajusten a nuevas necesidades. Es el momento de reencontrarse con el Nosotros, sumando el tú y el yo.

Mantener la relación implica aprender a evolucionar y crecer junto al otro manejando las adversidades y las diferencias.  No hay magia, la creación de una relación feliz requiere compromiso y empeño. Una relación sana significa, dar amor, respeto y apoyo, y  lo mismo a cambio, y cuando decimos sana no significa «perfecta»,  toda relación tiene sus defectos o debilidades.

 

 

 

 

 

Vivir desde el miedo

Dejando la mascarilla a un lado

El otro día dejé la mascarilla a un lado para tomar un café. Una pareja empezó a discutir en la mesa de al lado. La violencia verbal iba en aumento. Entre el bullicio de los desayunos nadie parecía prestarles atención. Uno de los dos se rompió en un sollozo, el otro lo miraba con desprecio. Los dos se agredían con el cuerpo, la palabra y la mente, cuando uno de ellos se levantó airado…y le gritó a su pareja:  «¡Basta ya! ¡Te soporto menos que a la mascarilla! Necesito aire, alejarme de ti.»  Se levantaron y se marcharon.

Yo me quedé pensativa, reflexionando sobre lo acontecido dejando la mascarilla a un lado. ¿Qué miedos tendrían?  Cuando padecemos episodios de ansiedad desmedida, pasamos a ser instrumento del cuerpo. Este se envenena de miedo o de ira llevado por el temor a perder algo valioso. En el miedo desproporcionado nos volvemos objeto de «otro», es la reacción la que toma el poder para crear nuestra realidad. Cuando nos permitimos vivir desde este estado de miedo nos descubrimos pensando, sintiendo o haciendo cosas que nos hacen daño y también causan dolor a los demás. La elección es nuestra.

Miryan Wodnik, psicóloga enpositivoSI