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Saber utilizar los silencios

Silencio para salvar o dinamitar la pareja

A veces, las palabras pueden ser ruido para no decir nada. El silencio siempre habla. Incluso, el vital sonido de la respiración enmudece unos instantes cuando algo importante pasa. Es capaz de acallar multitudes con un minuto de silencio que es respeto para las almas. «Ha pasado un ángel», se dice cuando, al improviso, todos callan.

 Artículo de Isabel Serrano-Rosa (c)

También, puede ser un demonio si la respuesta que anhelas falta o cuando el poder se expresa con golpes sin palabras. «No hay mayor desprecio que no hacer aprecio», es el refranero el que habla. El silencio es el rey en el tablero de ajedrez de las palabras: actúa poco, pero en el momento apropiado si lo mueves, ganas. Sin embargo, nuestra cultura prefiere a la reina: la diversión tiene que ser ruidosa, frenética, locuaz, animada.

SILENCIO EXTERIOR

Algunas investigaciones apuntan a que los japoneses son capaces de estar más de ocho minutos reunidos sin mediar palabra; a nosotros más de cuatro se nos atragantan. Sabia decisión nipona porque, fuera las ciudades, braman, como nuestras reuniones patrias.

Robert, un sosegado extranjero afincado en España, describe con guasa su último evento de empresa. Hace con las manos el gesto de un volcán en erupción y dice: «Todos hablan a gritos y, a la vez, yo me como un canapé, bebo agua y me lanzo a la lava».

Una investigación llevada a cabo en el Research Center for Regenerative Therapies Dresden (Alemania) observó que el completo silencio de dos horas en los ratones ayudaba a las neuronas a regenerarse; también aumentaban el número de células del hipocampo, zona que regula la memoria, el aprendizaje y las emociones. Estas células se integraban posteriormente en el sistema nervioso modificando la estructura cerebro.

Además, según el artículo «El silencio afecta a la vida», de la psicóloga Lecina Fernández, un ambiente silencioso aporta paz, tranquilidad, calma, concentración, atención, escucha del mundo interior y desconexión del exterior, entre otros beneficios. Funciona como en las ciudades donde los servicios de basuras se llevan lo que no sirve cuando todo está en pausa. Con el cerebro «limpio» podemos encontrarnos con la grata sorpresa de una solución inesperada, una buena idea o simplemente con la calma.

En contrapartida, el ruido produce nerviosismo, irritabilidad, cansancio, insomnio, sube la tensión y aumenta el cortisol (hormona del estrés). De hecho, el llamado maltrato ambiental consiste en generar ruido moviendo objetos rudamente, golpeando puertas, rompiendo cosas, pues este estruendo activa un miedo ancestral que sobresalta y debilita. Además, conlleva la amenaza velada de que «hoy hago a la puerta lo que mañana te puedo hacer a ti».

SILENCIO INTERIOR

Esto, más o menos todo lo sabemos, no es una novedad, entonces ¿por qué mi vecina no deja de hablarle a su bebé que llora desconsolado? ¿Por qué no usa el silencio (y el contacto) como estrategia anti-llanto? Es cierto que la palabra es un puente hacia el otro, pero el silencio con afecto significa seguridad y descanso. Quizás tiene miedo al silencio, una especie de ‘horror vacuis’, que produce el parar y poder escuchar lo que nos pasa por dentro.

Al igual que el silencio exterior, buscar momentos de pausa para conectar con el propio mundo interno es una medicina para el cuerpo y el alma. Ayuda a reencontrarse con la reflexión, la creatividad y la intuición. Al volver a la realidad exterior podemos contemplar mejor la belleza que nos rodea y los aspectos más positivos de la vida. Es una forma de auto afecto que, paradójicamente, previene y amortigua el sentimiento de soledad.

Es cierto que nuestro interior también es un lugar lleno de ruido. Entre sesenta y ochenta mil pensamientos al día es un tráfico difícil de regular: confusión, obsesión, fantasías, expectativas, emociones, etc. salen a la luz cuando callamos, es como meter agua limpia en una tubería obstruida y arrastrar la suciedad. Es inquietante, pero vale la pena porque el diálogo con uno mismo activa las redes neuronales que definen la identidad.

SILENCIO COMO RESPUESTA

El silencio puede ser el mejor de los aliados en una relación. Con él podemos respirar y dejar respirar al otro o asfixiarle hasta la muerte. Goethe decía que hablar es una necesidad y escuchar, un arte. Saber utilizar los silencios (como los enfados), parafraseando a Aristóteles en su ‘Ética a Nicómaco’, «con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto», eso, ciertamente, es una obra maestra.

El silencio «bueno» sirve para desintoxicarse, coger perspectiva, aliviar la tensión y reducir el cansancio que muchas veces las relaciones producen, incluso las mejores, porque influyen, contagian y despistan. Las neuronas espejo, que recogen los sentimientos de los demás, están a menudo hiperactivas.

Su complementario, el silencio cómplice, surge estando juntos compartiendo un momento, callando para no herir o respetar las diferencias. Requiere el silencio paciente de la escucha, que otorga ese momento de atención al otro, que en mi profesión sabemos tan terapéutico. Todo esto supone afianzar el autorrespeto para poner límites y fortalecer el autocontrol para no desbordarse. El premio, una buena relación, la serenidad y… bajar la tensión arterial.

SILENCIO QUE HACE DAÑO

Nunca como ahora llegan a la consulta personas pidiendo explicaciones sobre la «callada por respuesta de otro». No es tarea fácil porque proyectamos en la pantalla en blanco de su mutismo nuestras propias angustias y temores: ¿me ataca? ¿me abandona? ¿me rechaza? ¿me extraña? ¿le importo? ¿qué piensa? ¿miente? ¿qué oculta?

Es facilísimo caer en el autoengaño y narrar la realidad según nuestro modo y miedo. El cerebro tiene una zona llamada giro cingulado que es un gran simulador virtual de relaciones, que ayuda a prever a los demás como una forma de supervivencia. Pero, supone, al menos, ser un poco empático (algo bastante difícil cuando el otro se muestra completamente reservado).

El silencio verdaderamente dañino produce vacío y dolor. Como el momento callado de las parejas juntas, pero separadas por un móvil a muchos kilómetros de distancia. Es estar mirando el Whatsapp para ver si llega la respuesta esperada: «en línea y no contesta ¿a qué está esperando?». El silencio se llena de fantasías, de obsesión, una forma eficaz de hacerse daño.

Finalmente, está el silencio como forma de poder, de ejercer control sobre los demás. Es la estrategia agresivo-pasiva de dañar por no decir. Un ataque que no da la cara. Con las redes esto es aún más fácil: ghosting, benching, gaslighting y más gerundios anglosajones, ideados para el castigo y el rechazo indirectos o evitarse las molestias.

A veces, hay silencios a medias, muy manipuladores:

  1. Los del «quizás» para moverse en la ambigüedad y dejarnos en espera.
  2. El mentiroso, donde si no dices nada no mientes.
  3. La ocultación, hacer entender una cosa, aunque la intención sea otra.
  4. El tramposo, que juega con las medias verdades y te vuelve loco.
  5. El del secreto, donde no puedes contar lo que sabes y condena a la incomunicación.

G. Tordjman, en 1988, ya consideró una de las necesidades emocionales de las relaciones especialmente de pareja es «recibir señales claras de reconocimiento del otro, sean estas positivas o negativas. La mayor agresividad es la indiferencia, tanto para el individuo como para la pareja. Es preferible un conflicto abierto a la indiferencia porque esto implica, aunque sea de forma negativa el reconocimiento del otro».

Por eso, aprendamos del silencio «bueno» que conecta y evitemos el «malo» que ataca. Para ello, lo mejor son las técnicas del tres: 3 minutos al día de meditación con la atención orientada hacia el interior; 3+3 minutos de escucha para cada miembro de una pareja sin interrupción una vez a la semana; 3 días al máximo para dar señales de vida ante una discusión, acercarse hasta 3 veces al que se oculta y si no hay respuesta es el momento de coger distancia.

«Me gustas cuando callas porque estás como ausente. Distante y dolorosa como si hubieras muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan. Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto». (Pablo Neruda).

La única solución para combatir la técnica del hielo, el más dañino de todos los silencios. 

El más dañino de todos los silencios es el de la técnica del hielo, que está orientada al castigo psicológico y a la manipulación extremaLa estrategia es hacer como si no hubiera pasado nada o la zanjar con un «me callo porque vamos a acabar mal» aunque la actitud es hostil por la frialdad y el distanciamiento. Es violencia encubierta con la intención de hacerte sentir culpable. Si te acercas, te ignora, no responde a las llamadas, no quiere tu opinión; solo pone pegas. En definitiva, es un «dramaholic» que actúa como si hubieras cometido una ofensa mucho mayor.

  • Solo hay un tipo de solución: la retirada de comunicación completa, el silencio total, el llamado contacto cero, mientras dura el ataque del hielo, para que no funcione. Esta técnica está pensada para ayudar a las víctimas a salir de situaciones de violencia, maltrato o sumisión, donde prima el dominio de uno sobre otro. No dar información a estos perfiles minimiza el riesgo y además, da alguna posibilidad de control de la situación

(c) Isabel Serrano-Rosa

Artículo publicado por Isabel Serrano Rosa en el suplemento Zen del diario El Mundo el 14 de febrero de 2023

https://www.elmundo.es/vida-sana/mente/2023/02/14/63e5e9c321efa0f7488b4571.html

¿Qué caracteriza una relación sana de pareja?

 

Nada produce más emociones positivas y sentido del bienestar que las relaciones humanas satisfactorias, de la misma forma que los conflictos en el ámbito de las relaciones producen un enorme sufrimiento.

Isabel Serrano Rosa, directora de enpositivoSI, nos dice que hablar de pareja hoy es remitirse a momentos de cambio y transformación.  Más allá de que la elección de la pareja tenga un fuerte componente inconsciente, tenemos que saber que llegará el momento en el que la pareja nos va a decepcionar y nosotros a ella. La pasión con el tiempo disminuye y el equilibrio del amor sólido conlleva grandes dosis de perdón y agradecimiento. Una relación sana evoluciona con el paso del tiempo. Según los psicólogos Bader y Pearson, esta evolución se desarrolla en estas cuatro etapas:

  1. Etapa  de Fusión la fase del “somos uno:  basada en la pasión, aunque como nos dice Isabel Serrano, la evolución sana de la relación será con el paso del tiempo convertirnos de nuevo en dos. Es inevitable, pero cuando la pareja no acepta esta evolución se produce un momento de crisis.
  2.  Etapa de Diferenciación: Momento en el que la relación que se basa en la intimidad. Se necesitan espacios propios sin el otro miembro, nuestra pareja ya ha podido diferenciarse e incluso decepcionarnos. Hay parejas a las que les cuesta evolucionar, viven las diferencias como traiciones o faltas de respeto. En este momento es fundamental valorar y mostrar interés por lo que el otro hace.
  3. Etapa Práctica: Esta fase está basada en el compromiso. Las parejas buscan soluciones en lugar de rumiar los problemas. Cómo nos recomienda Isabel, si hay problemas, háblalos con tu pareja mejor que con terceros. Con los amigos uno se desahoga, pero no se resuelven los problemas.
  4. Etapa de Acercamiento:  Se integran los tres ingredientes del triángulo del amor que son Intimidad+Pasión+Compromiso. Se amplía la idea de relación, hay más cosas que se pueden hacer en pareja y se buscan nuevas experiencias que se ajusten a nuevas necesidades. Es el momento de reencontrarse con el Nosotros, sumando el tú y el yo.

Mantener la relación implica aprender a evolucionar y crecer junto al otro manejando las adversidades y las diferencias.  No hay magia, la creación de una relación feliz requiere compromiso y empeño. Una relación sana significa, dar amor, respeto y apoyo, y  lo mismo a cambio, y cuando decimos sana no significa «perfecta»,  toda relación tiene sus defectos o debilidades.

 

 

 

 

 

Saber elaborar los conflictos a través del juego

El «Pilla Pilla» versión COVID-19

Desde un banco del parque pude observar el juego de cuatro niños de entre ocho y diez años. Jugaban al clásico «Pilla pilla» pero con una variación digna de mención. El que perseguía era “el coronavirus” que quería alcanzar a sus tres compañeros. Uno de ellos hacía de “viejecito” y simulaba ir con bastón y despacito. Otro hacía de “médico” e intentaba esquivar al “coronavirus”  quedándose cerca, como si lo desafiara. El tercero hacía de “niño” y se le escuchaba “puedes cogerme pero no me puedes hacer nada, soy pequeño”. El “coronavirus” era un niño sonriente como sonríen los que no tienen miedo a nada. Iba despacio con seguridad de que tarde o temprano alcanzaría a los otros. El que hacía de “viejecito” hacía trampas y corría de vez en cuando mientras los demás protestaban “¡Eh! ¡No puedes hacer eso. Tú puedes esconderte pero no correr, eres un abuelo! Eso es lo que intentó a continuación pero el “coronavirus” lo descubrió con la complicidad del “niño” que riéndose le hizo señas de donde se encontraba, ¡Te pillé, al hospital que vas! le dijo al tiempo que se abalanzaba sobre él. Mientras los otros se congratulaban de no ser ellos las víctimas.

Fue una escena impactante. Cuatro niños que exorcizaban su tensión sobre el COVID-19 corriendo y riendo. El coronavirus terminó cazando al “viejecito” con ayuda del “niño”. Parece el guion de la transmisión intrafamiliar. Quiero creer que el inconsciente infantil sabe que tienen que tener cuidado porque los más frágiles son los abuelos. Quizá ese juego fue la experimentación de una fantasía conjunta de miedo por ellos mismos y sus mayores. El hecho que fuera algo divertido y que todos salieran “vivos” fue la mejor manera de enfrentar sus temores.

Esa forma de elaborar los conflictos a través de algo inofensivo como el juego,  puede ser una herramienta central para enfrentarnos a la realidad sin desbordarnos por la angustia. Los niños tienen más recursos de los que creemos y quizá los adultos deberíamos apropiarnos de formas más adecuadas de lidiar con la ansiedad que no sea la preocupación obsesiva o la negación maníaca.

Jesús Maria Prada (psicólogo)

 

 

 

Vivir desde el miedo

Dejando la mascarilla a un lado

El otro día dejé la mascarilla a un lado para tomar un café. Una pareja empezó a discutir en la mesa de al lado. La violencia verbal iba en aumento. Entre el bullicio de los desayunos nadie parecía prestarles atención. Uno de los dos se rompió en un sollozo, el otro lo miraba con desprecio. Los dos se agredían con el cuerpo, la palabra y la mente, cuando uno de ellos se levantó airado…y le gritó a su pareja:  «¡Basta ya! ¡Te soporto menos que a la mascarilla! Necesito aire, alejarme de ti.»  Se levantaron y se marcharon.

Yo me quedé pensativa, reflexionando sobre lo acontecido dejando la mascarilla a un lado. ¿Qué miedos tendrían?  Cuando padecemos episodios de ansiedad desmedida, pasamos a ser instrumento del cuerpo. Este se envenena de miedo o de ira llevado por el temor a perder algo valioso. En el miedo desproporcionado nos volvemos objeto de «otro», es la reacción la que toma el poder para crear nuestra realidad. Cuando nos permitimos vivir desde este estado de miedo nos descubrimos pensando, sintiendo o haciendo cosas que nos hacen daño y también causan dolor a los demás. La elección es nuestra.

Miryan Wodnik, psicóloga enpositivoSI