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Rasgos familiares tóxicos que afectan en la infancia

En la familia crecemos, nos desarrollamos y aprendemos, es el primer escenario en el que lo hacemos. Todo lo que vivimos en la infancia marca,  el tipo de relaciones que se tiene con los padres y/o cuidadores, el estilo educativo recibido, todo influye en la personalidad del niño, en sus creencias y sobretodo en su salud mental. La familia además de educar y fomentar el aprendizaje, genera una serie de hábitos y dinámicas entre sus miembros, cuando éstos son negativos acaban perjudicando el desarrollo físico y psicológico del niño.

El estudio de “La salud mental en la infancia” del Centro de Desarrollo Infantil de la Universidad de Harvard, demuestra que los cimientos de la salud mental se construyen muy pronto en la vida, “pues las experiencias tempranas —que incluyen las relaciones de los niños con los padres, los cuidadores, los familiares, los maestros y los compañeros— moldean la arquitectura del cerebro en desarrollo. Las perturbaciones en este proceso de desarrollo pueden afectar las capacidades del niño para aprender y relacionarse con los demás, con implicaciones para toda la vida”.

Lamentablemente, en ocasiones la familia no resulta ser un hogar seguro, sino que se convierte en un factor de desequilibrio emocional. Muchas familias no son conscientes de ello, pero su comportamiento puede afectar negativamente a sus hijos, sus actitudes dañinas  afectan la estabilidad emocional y psicológica del niño. Existen varios factores de “toxicidad” familiar que afectan negativamente a los niños, estos son 6 rasgos que podemos encontrar en esas dinámicas familiares:

  1. Etiquetas y roles:  Los adultos tendemos a poner etiquetas a los niños, definirles nos ayuda a crear una expectativa sobre ellos (saber si tengo un niño bueno o malo), pero para el niño tiene gran impacto emocional. Los niños, por su parte, con esa necesidad de ser aceptados y atendidos por sus figuras de referencia (padres, profesores, cuidadores…), hacen lo posible para cumplir dichas expectativas y adoptan el rol con el que sus adultos se refieren a él.  El “Efecto Pigmalión” genera niños con poca confianza en sí mismos, temerosos o por el contrario, temerarios, sin miedo a nada. Asumen la etiqueta y se comportan en función de lo que los demás suponen que son, pero no logran un autoconcepto propio ni ideas propias sobre sí mismos.
  2. Quien bien te quiere te hará llorar”: Según El Observatorio de la Infancia, la violencia (física y psicoemocional) ejercida durante la etapa infantil es uno de los factores de mayor incidencia en los problemas de salud mental de los niños. Además de diferentes patologías como ansiedad, depresión, trastornos del desarrollo, de la afectividad y del aprendizaje, el niño crece con la idea de que es no es digno de amor, cree que lo que su familia hace es lo que merece recibir, sintiéndose culpable por ello, que tiene que soportar el malestar que los demás le proporcionan en cada etapa de su vida, dando lugar a trastornos de dependencia emocional o drogodependencias en la adolescencia y la edad adulta.
  3. Proyección de inseguridades y frustraciones parentales:  El miedo a decepcionar al adulto es uno de los que más afectan a los niños. Como padres vemos las potencialidades en los niños en función de nuestros gustos y aficiones. En ocasiones, vemos en nuestro hijo el reflejo de aquel sueño que no cumplimos en nuestra infancia, y que ahora, creemos que tiene una segunda oportunidad, pensamos que nuestro hijo es el que puede tomar el testigo de nuestro objetivo no alcanzado. Esto lleva a los niños a complacer a los padres, crecen y aprenden a tomar decisiones con el objetivo de agradar al resto del mundo, de evitar conflictos, sin pensar en lo que quieren ni sienten ellos mismos. Acaban convirtiéndose en adultos dependientes y con autoestima baja, con una cierta tendencia a la codependencia y autosabotaje.
  4. Sobreprotección y traslado de miedos paternos: Los padres tememos por los hijos, desde que nacen tratamos de evitarles cualquier daño, que no se frustren, que no se enfaden, de que no sientan decepción… para lo cual, les damos todo, les facilitamos muchas tareas que podrían hacer ellos solos, lo que genera en los niños inseguridad, falta de valía personal, incapacidad para hacer tareas de manera autónoma. Son niños irresponsables y con dificultades para gestionar la ira, la rabia o la frustración que supone enfrentarse a la vida y al mundo real, donde a veces hay momentos de incomodidad y donde no siempre se consigue todo lo que queremos.
  5. Padres manipuladores y extorsionadores que intrumentalizan a los hijos:  En algunas familias se desarrolla la creencia de que los hijos son propiedad de los padres, para algunos tener hijos es tener a alguien a su servicio para conseguir los propios deseos, utilizan el chantaje para lograrlo e incluso, los niños son utilizados para resolver problemas de pareja como mensajeros o como elemento para hacer daño al otro progenitor. Estos niños se convierten a su vez en expertos manipuladores, son niños con poca empatía y con la creencia de que siempre pueden salirse con la suya. Tienen poca tolerancia a la frustración y una sensación de poca valía personal.
  6. Niños-salvadores (cuidadores de sus padres y hermanos): Existen niños hiperresponsables que asumen desde pequeños responsabilidades que no les corresponden, tienden a madurar antes de tiempo, son niños que no han vivido la infancia, crecen con pesadas “mochilas emocionales” y con un alto nivel de dependencia emocional e inseguridad, son niños ansiosos y miedosos que se sienten responsables de todo aquello que ocurre en el núcleo familiar. Tienden a desarrollar “el síndrome del salvador” y se convierten en adultos que creen que deben asumir aquellas responsabilidades que no son suyas, con tal de que las cosas funcionen, sintiéndose culpables cuando no lo logran.

 

Photo by Les Anderson on Unsplash

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